3 de agosto de 2010

Érase un anti-todo

Érase un ser discordante al que estuve observando por varias horas en un bar en el que me encontraba, o tal vez fueron minutos, minutos interminables. Un peculiar personaje al cuál ya conocía de vista. Andaba erguido, paso firme y cabeza alta, delgada figura que recordaba a un colorido y harapiento Quijote de camiseta desteñida y botas militares, su mirada, a pesar de su cómico aspecto, era la de un belicoso buscabocas, en ocasiones insufrible.


Me llamó la atención su escandalosa manera de vocear inconexas frases que solía proclamar sin ton ni son, recordándome a un pregonero que en vez de campana, blande un vaso de plástico, cuyo contenido deja caer de vez en cuando al suelo sin darse cuenta. Su aspecto era el de un auténtico guerrillero metropolitano, me pareció al principio un tipo consecuente, kuffiya al cuello, daba la impresión de tener clara su condición, impresión que se esfumó de un soplo cuando escuché los berridos que profería, puño en alto, mientras hacía un esfuerzo por mantenerse en pie apoyándose en otro de los miembros de su singular "tribu".

No eran las víctimas de Gaza lo que parecía alterarlo de esa manera, tampoco el paro ni la situación de América Latina. Las palabras que salieron de aquella descompuesta mandíbula golpearon en lo más profundo de mi ser, aquella tonadilla sonó como un tren de mercancías pasándome por encima, desquebrajando mi cuerpo con su maquinaria de metal, una pierna por un lado, un brazo por el otro, y la misma expresión en los ojos de un vaquero que acaba de ser abatido en un duelo al amanecer. Mientras tanto Mijail Bakunin se removía abochornado en su tumba. Agaché la cabeza, abochornado también, apoyado en la fría y pegajosa barra de mármol, se me acababa de atragantar la cerveza.


Las tertulias de la COPE se me antojaron inteligentes comparadas con las palabras que aquel ser pronunciaba, ser con el cuál me he ido topando en innumerables ocasiones a lo largo de mis frecuentes idas y venidas por el insólito universo de los fines de semana.

Drogábase como el que más, jactándose fanfarrón de ello. Absolutamente todo le asqueaba, haciéndolo saber por doquier cada vez que abría el hocico, mas aquello no le impedía divertirse noche tras noche hasta desfallecer, desentonando cantares sobre porros y rayas de speed, “kualkier día te puedes morir”, solía decir bajo los efectos de su propio bálsamo de Fierabrás, “no hay futuro” y esas cosas, “kaos y destrucción”, “odio y rabia”...

Me preguntaba mientras berreaba qué pensarían aquellos predecesores de una lucha que aún hoy sigue latente, cuando, vendados los ojos, se aventuraban a morir por una idea, ante las tapias de los cementerios, escondidos en sus casas, ocultos en cuevas o desvanes, perseguidos y torturados. Pensaba en todo aquello cuando una estridente tonada de Manolo Kabezabolo interrumpió mi reflexión.

(Extraído del blog "Orgullo de Clase Obrera")

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