21 de noviembre de 2010

La Revolución Andaluza por Blas Infante (Parte 2)

¿Pretendíamos o pretendemos la instauración de una forma político-social, en este pueblo secularmente esclavizado, a quien algunos denominan "Rusia del Sur"? ¡Qué imbécil equivocación! Pero Maura el joven ha ofendido gravemente con este extremo de su romance hilado por la temeridad de la ignorancia, a esta ignorada Andalucía. Andalucía no ha copiado, ni copiará jamás, a algún otro pueblo. No tiene necesidad de copiar. Sabe crear originalmente. No podría copiar, aunque quisiere. La fluencia inevitable de su historia la lleva a volar siempre sobre campos vírgenes. ¡Ah! Y cuando no es vuelo sobre el exterior, el hacerse de su naturaleza, historia; cuando una influencia incontrastable llega a forzarla a una uniformidad aparente (como la influencia de Europa a través de España, a contar desde la conquista cristiana). No tiene razón Benard Shaw: España no es el país de influencia. Es Europa. Es la cristiandad precisamente la in-fluencia de España); la fluencia andaluza busca cauces subterráneos, y sigue, sigue inadvertida para el conquistador bárbaro y asimilista, a través del subsuelo, la corriente divina de su estilo, haciéndose conmovedoramente un cuerpo cultural propio ¡Copiar!

Andalucía jamás espiritualmente fue un pueblo servil. Fue creado por la Naturaleza pueblo de espíritu, señor. Y hoy, esclavizada, no sirve, manda. El amo que le puso Europa, España, ¿no es hoy andaluz ante la misma Europa, y ante el mundo entero? Como el filósofo griego en el mercado de esclavos, Andalucía dice: «¡Quién compra un señor!» No, Andalucía, no puede copiar. La esclavitud de Andalucía se resuelve, hoy, en la esclavitud espiritual de España ante el mundo. Andalucía fue siempre un pueblo cultural, guía libre de otros pueblos de España, cuando ésta llegó a ser verdaderamente grande (no con grandeza bélica o excluyente y bárbara); y en varias ocasiones, muy solemnes y de enorme trascendencia, sirvió de modelo o de arquetipo a Europa.

Entonces, ¿qué nos proponemos, qué nos proponíamos al lanzar sobre las hoy desoladas tierras andaluzas el grito de «Andalucía Libre» que tanto ha alarmado ahora el Gobierno, cuando llegó a enterarse de que el pueblo andaluz la coreaba entusiasmado, durante nuestros mítines electorales, y al ver ese grito fijado con letras rojas bajo las alas de la avioneta de nuestro amigo Rexach, suspendido como una esperanza de fuego sobre las espaldas encorvadas de los esclavos andaluces? Cualquiera diría que ese grito es nuevo, esnobista, como dicen hoy, cuando tanto horror ha producido al Gobierno, y tanta emoción vino a producir en España. Acaso, España, mandataria secular de Europa con respecto a nosotros, siente una mayor inquietud ante ese grito, que cuando ha llegado a escuchar el «Visca Catalunya lliure» del Noroeste peninsular. En la subconciencia de España, un crimen aguarda el asomar a su conciencia actual, florecido en el dolor de un remordimiento. ¡Andalucía! Esta es una razón de aquella mayor inquietud. Y es la otra, el que España todavía se apercibe mandataria de Europa.


Y Cataluña, es más Europa que Andalucía. Nosotros no podemos, no queremos, no llegaremos jamás a ser europeos. Externamente, en el vestido o en ciertas costumbres ecuménicas impuestas con inexorable rigor, hemos venido apareciendo aquello que nuestros dominadores exigieron de nosotros. Pero jamás hemos dejado de ser lo que somos de verdad: esto es, andaluces; euro-africanos. euro-orientales, hombres universalistas, síntesis armónicas de hombres. Durante el término de la acción asimilista europeizante desarrollada secularmente contra nosotros, en el ámbito del siglo XIX, y en la culminación del prestigio mundial de los valores europeos, los andaluces menos andaluces, los señoritos de la ciudad, hijos o nietos de inmigrantes o de colonos de las planicies o montañas castellanas, asturianas o gallegas, tenían por norte de su estimativa, el llegar a ser autómatas de Europa.

Pues bien: aun ellos, los señoritos, los andaluces menos andaluces, y no obstante ser el concepto de señoritaje de importación europea, no podían llegar a expresar propiamente a Europa. «¡Quieren parecer europeos—decían de ellos los visitantes extranjeros—, se ofenden si no se les llega a considerar como a tales civilizados; pero no pueden, no pueden fingir con perfección a Europa!» ¿Y, si esto llega a ocurrir con los señoritos, qué no sucederá con los jornaleros, con los campesinos sin campos, que son los moriscos de hoy; con la casi totalidad de la población de Andalucía; con los andaluces auténticos privados de su tierra por el feudalismo conquistador? No queremos. No hemos podido llegar a ser europeos, a pesar del bárbaro coloniaje, No queremos, no podemos ser sólo Europa; somos, Andalucía. ¡Europa! Europa tiene una clave; Europa llegó a definir su historia, inconscientemente desarrollada, como se llegan a definir todas las historias: en la concepción de un método, que fue el de Descartes, el cual, (desaparecida la voluntad revolucionaria animadora del nacimiento de todos los métodos, es el que está vigente hoy, en la calle, con el triunfo del industrialismo y del taylorismo…Es el útil, el método separado de todo poder de emoción; las facultades creadoras, desintegradas de sus correspondientes afectivas) (Aron et Dandieu). Europa es su método, traición al sentimiento, que alcanza a culminar en esa enfermedad, como nombran hoy a los Estados Unidos de América; en Detroit, en la barbarie de la standardización; en el robot, en el hombre de acero, articulación movida hacia el dollar por la energía mecánica… Butller (Erewon) ha surgido, como terapeuta de esa enfermedad. Y el tratamiento, como la dolencia, es bárbaramente europeo, también. ¡Erewonh! … El Estado, para el cual es el crimen mayor la manifestación del ingenio maquinista; y la maquinaria, incluso la de los relojes, es cosa tabú.

Europa vino a definir perfectamente, en su método, su historia guerrera y feudalista. Su técnica guerrera fue únicamente racional; jamás a la razón guerrera, llegó a templar el sentimiento. Y mataron hombres, y destruyeron pueblos, y robaron heredades, y segaron jardines. y talaron bosques, con igual frialdad de ánimo que los obreros tienen cuando horadan montañas hundiendo sus picos en el seno inerte de las rocas insensibles. Su método vino a sancionar el feudalismo pasado y a preparar el nuevo. Se ofreció a la conciencia, ese método, entre dos feudalismos, el territorial y el industrial, el medieval y el contemporáneo, dos épocas de la misma inspiración. La vagancia guerrera del primer feudalismo, pesaba sobre los siervos de la gleba. Como hoy, exactamente igual que hoy, durante la forma feudalista industrial, gravita sobre el obrero la nube de especuladores y de intermediarios. El señoritaje, la filotimia, la megalomanía. Estas son las consecuencias del predominio absoluto de la razón entre los civilizados (?). Son motivos racionales que descuidaron la educación de los demás motivos humanos, por egoísmo ancestral de dominadores. Han llegado a dominar, si, pero han dejado de ser hombres. Para su teorética sólo existe una facultad de conocer: la razón, porque creen que ella es la sola facultad de poder, en los dominios animales. Y un solo instinto orientador: el de rapacidad... Al sentimiento, el europeo le llama sensiblería, experimento de debilidad; y a la intuición anticipadora, locura de profetas. No. Nosotros no queremos ser solamente europeos. Nuestro método no sólo llega a excluir de la duda metódica al pensamiento, sino al sentimiento también. No decimos sólo: «Yo pienso: luego existo». Esto es Europa. Y Andalucía es pensar y sentir. He aquí la existencia. Si cada pensamiento no es motor de una vibración sentimental humana; si cada pensamiento sentimental no es un motor de la razón pura, ¿en dónde está el hombre? ¿a dónde va el hombre? ¿a Detroit? Nosotros jamás podremos ir a Detroit.

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